Sala de lectura

“Por qué somos una pareja abierta”

Por JM Alarcón

Me llamo Bibís, Bibiana Ruíz en el DNI. Tengo 42 años, soy licenciada en Biología y trabajo en un laboratorio. Mi marido, Alfredo Valderrama, es el CEO de una empresa de cosméticos perteneciente a un grupo multinacional. Somos una pareja abierta es decir que mantenemos relaciones con otras personas fuera del matrimonio, siempre con pleno conocimiento y aceptación de la pareja. O sea que entre nosotros no hay engaños ni nada que pueda hacer daño al otro. Alfredo es un cincuentón atractivo que cuida mucho su salud y su aspecto, inteligente, culto, cariñoso y apasionado en la intimidad. Seguramente se preguntarán por qué teniendo esa joya en casa, de la que además estoy colgadísima, me voy a buscar nada fuera. Pues porque así lo decidimos los dos al año de estar casados cuando, después de meditarlo mucho, llegamos a la conclusión de ese era el modelo ideal para nosotros porque los dos somos muy independientes y necesitamos sentir que no estamos atados y en ese espacio de libertad que nos concedemos mutuamente, por que ni él me pertenece a mí ni yo le pertenezco a él, reside el vínculo que nos hace fuertes como pareja. Puede que les parezca una paradoja, pero es así. Entre nosotros no hay secretos, nos lo contamos todo y cada uno sabe siempre donde y con quien está el otro. No por afán de control sino por seguridad. 

Yo salgo habitualmente con dos hombres y él se ve, también de manera habitual, con su ex mujer, además de algunos ligues ocasionales que le surgen de vez en cuando.

 

Nando, es uno de mis dos amigos especiales –odio expresiones como “amante” o “amigo con derecho a roce” y ya no digamos esa horrible de “follamigo”- y una de las cosas que nos unen es la afición al teatro. Él tiene estudios de interpretación y actuó durante un tiempo en una compañía de aficionados. Además, tiene mucha imaginación – estoy segura de que hubiera tenido, como autor teatral, el éxito que no tuvo como actor- y tal vez por eso le gustan tanto los juegos de rol y no para de inventarse historias que representemos como un preámbulo a nuestros buenos ratos de cama. Por ejemplo, le encanta recrear cuentos infantiles en versión porno, como el de Cenicienta que, en este caso, no es un zapatito de cristal si no las bragas, lo que pierde en el palacio después de bailar con el príncipe. Pero la vez que más me divertí con uno de esos juegos fue cuando recreamos el cuento de la Bella durmiente. Ya saben, la jovencita a la que una bruja pincha con una aguja para que duerma eternamente y a la que un príncipe consigue despertar con un beso. Pues bien, después de representar esa escena, en la que el casto beso del cuento se convirtió en un morreo de película, vino lo que no está en la versión tradicional. La Bella, o sea yo, se despierta con un cabreo de la hostia. ¿Qué haces, imbécil -le grita al “príncipe”- por qué me despiertas? Con lo a gusto que dormía yo soñando que un tío bueno me comía el coño. Pues ya estás haciendo realidad el sueño o te denuncio por abusar de mí aprovechando que estaba dormida.

El final del juego es fácil de adivinar,  un cunnilingus de campeonato seguido de dos polvos de sobresaliente cum laude.

Pero no todo es recrear en versión porno los cuentos de hadas, hay historias que él se inventa, como aquella vez que nos citamos en el vestíbulo de un hotel y allí, fingiendo ser dos desconocidos él trató de ligarme. Yo le advertí que mi novio podía aparecer en cualquier momento, que era muy celoso y practicante de artes marciales, a lo que él respondió. No me importa, yo soy mago y si se pone pesado puedo hacerle desparecer.

-       Y por qué no tratas de ligar con la chica de la recepción. Es una rubita muy mona

-       ¿Sí? Pues no me había fijado.

-       Embustero, si hace un momento te la comías con los ojos.

-       ¿Cómo tú te estás comiendo a ese tipo que acaba de entrar?

-       Es que está como un queso el pavo. Las cositas que le podría hacer si me invitara a su habitación.

-       ¿Y si mientras tanto aparece tu novio?

-       Pues tú le haces desaparecer y después te sumas a la fiesta.

 

Un hombre tiene diversas formas de arruinarse: las mujeres, el juego, o cagarla en los negocios. Yo conozco a uno que podría arruinarse en una sex shop, lo compraría todo. Y no me refiero solo a juguetes, que me regaló unos cuantos hasta que le dije que parara porque ya no cabían en la mesta de noche, sino a la gama de cosméticos: desde lubricantes con diversos sabores a aceites, cremas, sales de baño o geles de placer; y la de afrodisíacos: gotas, bebidas, incienso, vibradores líquidos…yo que sé.

Se llama Fede y está como un cencerro el pobre. No es tan guapo como Alfredo, ni tan culto como Nando, pero es la persona del mundo que más me hace reír, y en la cama… de entrada parece tímido pero cuando se suelta, ¡buf!, fuegos artificiales.

Y ni les cuento cuando descubrió la ropa interior comestible. Tardó nada en comprarse un tanga confeccionado a base de caramelos con sabor a tutti frutti. Menudo rato pasé comiendo caramelitos uno a uno…hasta descubrir el caramelo grande que ocultaba el tanga y que por supuesto también me comí con gran deleite. Fue una tarde para enmarcar, porque luego le tocó a él pegarse el festín devorando mi tanga con sabor a fresa.

 Además, y eso porfa  no se lo digan a nadie, un día descubrió uno de mis secretos más íntimos que hasta entonces solo conocía mi marido: que en la cama me excita el lenguaje obsceno. O sea que me pone a mil que me llamen puta, guarra o cosas así. Y él, por darse el vacile culto, se entretuvo en buscar cómo se dice puta en diversos  idiomas: puttana, en italiano; whore, en inglés, poule, en francés; hündin, en alemán…

 

Puede que se pregunten de donde he salido yo tan despendolada. Pues me viene de la post adolescencia que se dice ahora cuando conocí a Lucrecia, Lu como la llamábamos todos, una chica con la que coincidí una noche en una disco y nos convertimos en tan inseparables que la mayoría de nuestros conocidos creían que éramos novias; y no, para nada, ni ella ni yo hemos sentido nunca atracción por las mujeres, aunque sí es verdad que alguna vez retozamos en la misma cama, pero siempre en compañía de dos tíos macizos y bien dotados.

A mí, por entonces, me costaba soltarme mientras que ella era pura dinamita, no se cortaba por nada y ligaba hasta con su sombra. Así que me cogí de su mano y me dejé llevar. Fueron dos años de desmadre una noche sí y otra también para terminar, las más de las veces, con algunas copas de más y unas bragas de menos.

La cosa duró hasta que conocí a Alfredo y ella empezó a salir con un compi de trabajo y decidimos que ya era hora de sentar la cabeza. Seguimos siendo amigas  y  nos vemos de vez en cuando para tomar algo y recordar viejos tiempos.

 

Mi marido, como ya les he dicho, se acuesta con Maite, su ex. Tienen un hijo en común por lo que se ven con cierta frecuencia y ya se sabe, donde hubo llama siempre queda algún rescoldo. Ella es una madura atractiva, de las que les gusta gustar y tontear con los hombres pero guardando las distancias. Desde que se divorciaron vive dedicada a su hijo y a su trabajo –es dentista y tiene una clínica propia- y supongo que el hecho de tener cubiertas sus necesidades afectivas tirándose a su ex marido le ayuda a ello.

Él me habla poco de Maite, lo justo, y por supuesto nada de su intimidad. De lo que sí me lo explica todo, como yo a él, es de sus aventuras sexuales entre las que figura la mujer de un embajador. A ver si vas a provocar un conflicto diplomático – le dije entre risas cuando me lo contó-. Por lo visto la tipa es de armas tomar, de las que se los follan a todos menos al portero…  porque es electrónico. Se conocieron en una recepción y la tal Renata fue a por él como si no hubiera otro hombre en el mundo y como a Alfredo le encanta ejercer de corneador pues a follar que el mundo se acaba y en eso siguen, mientras él se pregunta cómo aquel gilipollas integral ha podido llegar a ser el máximo representante de su país en una nación extranjera. La explicación más lógica es que quien lo nombró forma parte del particular harén de la señora embajadora.

Seguramente habrá quien le extrañe que me resulten divertidas las aventuras extraconyugales de mi marido y a él las mías y que no sintamos celos. Les decía al principio que esa libertad que nos concedemos uno a otro es lo que nos hace fuertes como pareja, eso lo tenemos muy claro en la intimidad de nuestra casa y nos sentimos como niños que disfrutan siendo cómplices de sus travesuras. Por ejemplo en el  anochecer de  cualquier vienes sentados en el sofá, con una copa en la mano hablamos de nuestras andanzas y él se ríe a carcajadas con los juegos de rol que me monto con Nando o con alguna de las ocurrencias de Fede.  Eres una niña  mala  -me dice entonces-, me ordena tumbarme sobre sus rodillas, me deja con el culo al aire y me atiza unas buenas nalgadas. Sí, soy muy mala –le contesto yo- castígame.

Lo que sigue no creo necesario contarlo, sexo de cinco estrellas gran lujo y tras dormir unas horitas, la ducha, el desayuno y a por el finde, que lo han puesto ahí para nosotros. Que la vida son dos días y la mitad nos la pasamos durmiendo.

Swingers

Lo que siempre quiso saber y nunca se atrevió a peguntar sobre los intercambios de pareja

Por JM Alarcón

-  Parece que esos dos se han levantado con las hormonas revolucionadas.

-  Pues si a estas horas ya están así, no sé qué va a pasar por la noche

Sonia y yo estábamos apoyados en la barandilla que se asomaba a la cubierta donde se ubicaban las piscinas y el solárium, contemplando como Javi, su chico, y Mónica, mi compañera, se morreaban y metían mano como si no hubiera un mañana entre las burbujas del  Jacuzzi.

Para que se sitúen, navegábamos en un barco cuyo nombre, Le Cap D´Agde, no podía ser más adecuado para la labor a que estaba destinado, un crucero para parejas swingers. Porque para quien no lo sepa, Le Cap D´Agde, población de la costa mediterránea francesa y oficialmente un complejo turístico para amantes del naturismo, es en realidad algo así como la Sodoma y Gomorra de este siglo, la ciudad del vicio la llaman algunos. Estuve allí una vez con Mónica y nos pareció, más que nada, un paraíso para exhibicionistas y voyers.

Debo explicar, antes de seguir, que si una cosa tuvimos clara mi compañera y yo cuando decidimos vivir en pareja fue que la monogamia no estaba hecha para nosotros, que nos atraía mucho la idea de explorar formas alternativas de relación como por ejemplo el modo de vida swinger y una vez entramos en ese mundo nos dimos cuenta de que en él  habíamos encontrado una complicidad que nos hacía muy fuertes como pareja.

La idea de participar en el crucero fue de Mónica y acepté encantado porque era una de las pocas experiencias que nos quedaban por vivir en el mundo de los intercambios.

Como la mayoría de las mujeres, Mónica es incapaz de guardar un secreto y le faltó tiempo para contárselo a Sonia, esta convenció a Javi y acabaron  apuntándose también ellos al crucero. A mí en principio no me hizo gracia y no porque no me cayera bien esa pareja, -Javi y yo éramos amigos desde el instituto- sino que mis reticencias se debían precisamente a que éramos muy amigos, habíamos hecho ya unos cuantos intercambios y corríamos el riesgo de convertirnos en una “pareja de cuatro”, algo contrario a las normas que rigen la forma de vida swinger, uno de cuyos principios básicos es el de no implicarse emocionalmente con la otra pareja.

Nos reunimos, lo hablamos, Javi argumentó que si un día rompimos con todas las normas de la sociedad monogámica no tenía sentido vivir ahora sometidos a otras normas. “También podemos ser swingers a nuestra manera” apostilló. Y quedamos de acuerdo en ir al crucero pero con el objetivo de conocer gente nueva con la que abrir nuestro círculo de relaciones.

 

Ajenos a cuanto les rodeaba, nuestros respectivos continuaban en el Jacuzzi con lo sus juegos de lengua y sus manoseos en las zonas íntimas, más felices que dos perdices.

-Me parece que el espectáculo te está empezando a estimular- comentó Sonia al sentir que mi mano se posaba en sus nalgas que el diminuto tanga que constituía toda su indumentaria dejaban al descubierto. Estábamos en una zona del barco donde la ropa era optativa y muchos andábamos desnudos, pero ella prefiere llevar tapadas sus partes íntimas, dice que no por pudor sino por higiene.

Como tampoco era ajena al espectáculo que nos estaban ofreciendo nuestras respectivas parejas, respondió al toqueteo llevando su mano a mi entrepierna.

-Aquí hay una amiga que ya está pidiendo guerra- dijo sonriendo pícaramente al comprobar que, en respuesta sus caricias, mi pene empezaba a cobar vida.

- Pues déjala en reposo que tiene mucha tarea por delante estos días

Aquella noche cenamos los cuatro, conforme a nuestro acuerdo sería la última cena que haríamos juntos en el barco, y tras el café nos despedimos, ellos se fueron al camarote de una pareja belga con la que habían quedado y nosotros, tras felicitarles por la rapidez con que habían conseguido sus primeros compañeros de juegos en el crucero, nos quedamos en la barra del bar tomando una última copa y al poco rato observamos que se había formado un pequeño tumulto alrededor de dos hombres que discutían acaloradamente mientras sus mujeres hacían esfuerzos para evitar que llegaran a las manos. Pronto aparecieron un par de seguratas que se llevaron a no de los implicados. El otro, que seguía muy exaltado, fue arrastrado por su mujer hasta la barra donde estábamos Mónica y yo.

-  Haz el favor de calmarte o te va a subir la tensión –le decía- ¿Qué quieres, ponerte malo y arruinarme las vacaciones? Disfrutemos del crucero y cuando vuelvas al despacho ya resolveréis ese asunto.

-  Perdona que me meta –me dirigí al hombre- pero ella tiene razón. Desconozco el motivo de la riña, pero no hay problema que no pueda esperar unos días, ni cuestión que merezca que echen a perder unas vacaciones.

-  Sí, tenéis razón, y disculpadme –dijo el hombre ya más calmado-. Pensareis que soy un tipo violento y os juro que no es así, pero es que ese cabrón me debe dinero desde hace más de un año con la escusa de que hay mucha crisis y que su negocio va mal. Y ahora me lo encuentro en este crucero que cuesta un pastón. O sea que para eso no hay crisis. En fin, os pido disculpas otra vez. Por cierto somos Auri y Lucas y nos gustaría invitaros ¿Qué os apetece beber?

Tomamos unos combinados y quedamos en vernos el día siguiente en la piscina.

Antes de retirarnos a estrenar la cama de nuestro camarote, Mónica y yo nos dimos una vuelta por la discoteca. Vimos que estaba muy animada y que la mayoría de mujeres lucían atuendos muy sexys, algunas dr ellas bailaban sobre un podio y una de ellas empezaba a marcarse un estriptis.

Ya en la intimidad de nuestra cabina, pasamos revista a las primeras horas en el crucero.

- Tú lo has pasado de muerte en el Jacuzzi, he visto que te reías mucho.

-  Es que ya sabes cómo es Javi, es difícil no reírse cuando estás con él, siempre tiene un último chiste que contar.

-  Y después has puesto cara de éxtasis.

-  Es que Javi también es un campeón del sexo digital.   

-  ¿Y yo soy campeón de algo?

-  De ponerme cachonda perdida cuando me acaricias como lo estás haciendo ahora.

-  ¿Así?

-  Sí, y no se te ocurra parar.

-  No pararé, pero después tienes que recordarme lo que pasa cuando la mejor amazona del condado se pone cachonda perdida.

-   Pues que cabalga enloquecida por la pradera para goce de su montura.

Cuando al día siguiente salimos a desayunar vimos que Javi lo estaba haciendo solo.

-  Sonia está durmiendo la mona –nos explicó-. Ya sabéis que no tiene costumbre de beber y con dos copas ya se pone pedo, pues ayer repitió con el daiquiri y la pilló de campeonato.

- ¿Os lo montasteis con la pareja belga?

-  Sí, Patrick y Nathalie se llaman. Fue una velada divertida y con muy buen sexo. Al final fuimos cinco porque se añadió una chica unicornio, Anaís, con la que Patrick y Nathalie ya habían hecho algún trío. La tía es un crack, folló con todos y lo más fuerte fue que Sonia vivió con ella su primera experiencia lésbica plena. Estaba yo entretenido con Nathalie que me hacía una magnífica cubana con sus enormes tetas, mientras que Patrik se lo estaba haciendo con Sonia y Anaís. Hasta ahí nada de particular, pero de repente veo que él se aparta y ellas se lían en un bollo que ni os lo imagináis, se hicieron de todo y os juro que nunca había visto a Sonia tan desmadrada. Después decidimos ir a celebrarlo a la discoteca, allí fue lo de los daiquiris, a mi mujer le salió la vena exhibicionista y acabó subida a un podio bailando desnuda. La cogí y me la llevé al camarote por miedo a que se cayera, se rompiera algún hueso y nos jodiera del viaje.

Hablando de otra cosa ¿Pesáis  ir a la fiesta de disfraces de esta noche?

- No, lo hablamos ayer y aparte de que no hemos traído ningún disfraz, ni ese ni los demás eventos que hay programados nos ilusionan nada, así que lo más seguro es que no participemos en ninguno.

- El problema es que hemos hecho ya tantas cosas nosotros cuatro -respondió Javi- que no es fácil encontrar algo nuevo que nos motive. ¿Os acordáis de aquella noche del sploshing?

- Sí –dijo Mónica- a mí lo de embadurnarnos todo el cuerpo con comida y luego degustarla a lametazos me puso a mil. Crema, chocolate, flan,  helado, miel, leche, vino… yo qué sé lo que nos llegamos a tirar por encima. ¿Y el día que Sonia se sentó sobre la tarta de cumpleaños y no paramos hasta que entre los tres le dejamos los bajos limpios y relucientes? Son marranadas, vale, pero tan divertidas.

- O cuando usamos vuestros coños como copas de champán –añadió Javi- primero chillabais como locas porque estaba helado, pero no os costó mucho entrar en calor.

- Sí –comenté yo- son juegos gamberros que podeos repetir cuando queráis, en especial el Sushi body. Qué guapas estáis la dos en plan bandeja humana, desnudas y con el sushi repartido por todo el cuerpo. Y, norma de obligado cumplimiento, ni pinzas ni dedos, la  comida hay que cogerla con la boca.

Tal como habíamos quedado la noche anterior, en la piscina nos esperaban Auri y Lucas.  Hasta la hora de comer y entre chapuzón y chapuzón, hablamos un poco de todo, del tiempo que llevábamos en el mundo swinger, de nuestros gustos y aficiones, de la situación económica, de política y hasta  nos echamos unas risas a cuenta de una anécdota que nos contaron. Resulta que tienen un hijo que anda flojo en matemáticas, contrataron a una chica para que le diera clases de refuerzo y una noche se toparon con ella y con su novio en un club de intercambios. Se enrollaron los cuatro, lo pasaron de muerte, pero al cabo de unos días la chica les dijo que dejaba las clases porque cuando estaba con su hijo no podía dejar de recordar que le había comido la polla a su padre y que su madre y ella se habían hecho maravillas, con los dedos y con la boca, en sus respectivos coños; y le daba mucho corte.

Les pregunté si tenían algún plan para aquella noche, contestaron que no y quedamos en cenar juntos. Cuando nos hubieron servido el café les propuse ir a la sala de juegos y fue Auri quien se apresuró a contestar.

Sí, nos gustaría pero tened presente que en nuestros encuentros con otras parejas nunca llegamos hasta el final, el coito nos gusta saborearlo nosotros solos.

Me encogí de hombros y, tras un discreto gesto de inteligencia con Mónica, le contesté que ningún problema.

Escogimos la sala de juegos pensando que no estaría muy concurrida porque la mayoría de nuestros compañeros de viaje prefería las zonas exteriores, y acertamos. Cuando llegamos solo había otras dos parejas, entretenida una en un 69 y la otra en la práctica del doggy style.

Era un despacio similar a los que se pueden encontrar en los clubes swingers, estaba amueblada con  divanes en los que las parejas podían retozar a gusto y cambiar de postura con comodidad, y con mesitas para depositar la bebida

En las paredes, había diversas pantallas en las que podía verse escenas de cine porno.

“Estos videos cada día son más malos –comentó Lucas nada más entrar y fijarse en las imágenes- pura gimnasia y en posturas imposibles. Y esos tipos sí, la tiene muy gorda, pero solo saben empujar. Vergüenza me daría.

“Pues anda que ellas –exclamó Auri- ¿Dónde van con esos mazacotes de silicona en las tetas? No entiendo que haya hombres a los que eso les pueda excitar, si son horribles. “¿O a ti te gustan?” –añadió digiriéndose a mí. “Pues no, a mí las que me gustan son las tuyas –respondí.

Auri era el prototipo de madura atractiva que me pone a mil. Rubia, de delantera potente, cuerpo estilizado, culo en su sitio y unas bonitas piernas que la generosa apertura de su vestido negro le permitía lucir. 

Mientras nos desnudábamos antes de tumbarnos en uno de los divanes, al lado de nuestras parejas que ya había ocupado el otro, pensé que la velada prometía, porque entre la atractiva madura y yo había surgido la chispa y era evidente que ella estaba mojando el tanga, pero me mantuve fiel el principio de que si quieres que tu pareja se corra, tú no corras, y sin pausa pero sin prisa, desplegué todo un repertorio de caricias, besos y mordisquitos en distintos puntos de la anatomía de Auri, con especial dedicación a sus tetas, cuyos pezones estaban duros como piedras por la excitación. Ella me devolvió el obsequio jugando hábilmente, con manos y boca, en mi aparato genital.

Giré la vista a mi derecha y vi que Mónica estaba echada, con las piernas arqueadas y la cabeza de Lucas empotrada entre sus muslos. Ella también miró hacia mí –estábamos así de compenetrados- y me dedicó una sonrisa cómplice, yo le guiñé un ojo y, sabiendo cada uno que el otro lo estaba pasando de puta madre, continuamos con lo nuestro.

Una hora después, en la intimidad del camarote, Mónica me confirmaba lo satisfactorio que había resultado el encuentro con nuestros nuevos amigos.

Lucas es un experto, me ha comido toda desde los lóbulos de las orejas hasta los dedos de los pies y el resultado han sido dos magníficos orgasmos. ¿Tú con Auri qué tal?

Bien, es la típica señora que sabe latín, griego y sánscrito.

¿Te has corrido?

No, ya sabes que los fuegos artificiales me gusta reservarlos para ti.

Pues vamos a encender la mecha. ¿Cómo se llama la peli porno más famosa de la historia? –dijo ella tomando posiciones para empezar con el sexo oral.

Garganta profunda, cariño.

Durante el crucero conocimos a un par de parejas más con las “interactuamos” a gusto en la zona de agua y la última noche nos reencontramos con una, Mauro y Alba, con la que nos habíamos relacionado tiempo atrás. La chica es extremadamente receptiva además de multiorgásmica y lo pasamos los dos en grande probando diversas posturas del Kamasutra

Antes, Mónica y Mauro nos obsequiaron con un show en plan “50 Sombras de Grey”. Él sacó un maletín de piel que contenía diversos artículos del rollo sado-maso, cogió un antifaz negro y se lo puso a Mónica, después le ordenó que se tumbara boca abajo sobre el diván y le colocó unas esposas de franela en las muñecas y otras de cuero en los tobillos. Volvió a la cartera de la que tomó un azotador de piel y se sentó en el borde del diván. Lo siguiente fue una sucesión de caricias y sobeos por la espalda, culo y piernas de ella, de arriba a abajo y otra vez de abajo a arriba. Sin duda era un experto en ese tipo de juegos porque dominaba con maestría el tempo moviéndose como a cámara lenta. Después la tomó por la cintura hasta colocarla a cuatro patas en el borde inferior el diván y siguió con las caricias pero esta vez con las colas del azotador para que sintiera el contacto del instrumento con que la iba a castigar.

La está poniendo más caliente que un horno -me dijo Alba al oído- y tu chica  lo va a disfrutar, ya lo verás, se lo he visto hacer a varias mujeres y todas han acabado corriéndose como locas.

Yo también estaba cada vez más excitado y de buena gana hubiera seguido contemplando el espectáculo pero ella reclamaba acción y había que dársela. Fue espectacular ver como enlazaba un orgasmo con otro dando gritos y retorciéndose hasta acabar agotada.

Mientras me reponía del esfuerzo giré la vista al diván vecino donde Mónica abrazaba y besaba a Mauro como si le fuera la vida en ello y pensé que el crucero no podía tener mejor final.

Han pasado dos años desde entonces pero por cómo han cambiado nuestras vidas parece que ha transcurrido mucho más tiempo y no de manera feliz precisamente. La caja de pandora la abrieron Sonia y Anaís, la chica unicornio, al mes y medio de acabadas las vacaciones, cuando soltaron la bomba de que se habían enamorado y se iban a vivir juntas a otra ciudad. La noticia dejó a Javi hecho polvo preguntándose, como cualquier hombre en su situación, qué había hecho mal para que su chica le dejara y por una mujer. Pero, no le iba a durar mucho el disgusto.

El segundo acto del drama se desarrolló en mi casa y lo desencadenó una antigua herida cerrada en falso en su día. Resulta que Mónica llevaba tiempo insistiendo en que quería ser madre y como a mí la idea no me entusiasmaba le iba dando largas. Un día tuvimos de una de esas discusiones de pareja cuyo inicio ya ni recuerdas pero que se envenenan hasta provocar un drama. Salió a relucir el tema, yo le dije que si ese era el problema, que adelante, que estaba de acuerdo en tener un bebé, pero entonces fue ella la que se negó. “No, así, no –me dijo- traer al mundo un hijo es una cosa muy seria, lo han de desear los dos y como sé que tú no lo deseas, buscaré a alguien con quien crear una familia”.

Cometí el mayor error de mi vida al pensar que era un simple berrinche y no tomarme en serio sus palabras, porque al cabo de pocas semanas me dijo que me dejaba porque había encontrado a un hombre dispuesto a hacerla madre. Aun no me había repuesto del shock cuando me quedé absolutamente a cuadros al saber de quién se trataba. Era Javi, mi amigo del alma desde el instituto. ¿Pero cómo podía hacerme eso? Cuando fui a pedirle explicaciones me confesó que llevaba tiempo enamoriscado de Mónica y puesto que nuestra relación ya estaba rota…

Los meses siguientes fueron como una travesía del desierto, hasta que el destino se apiadó de mí. Ocurrió en la presentación de un proyecto del estudio de arquitectura en el que trabajo y fue ella la que me reconoció.

- Raúl Esparza, cuánto tiempo, ¿Te acuerdas de mí?”.

-  Claro, tú eres Mapi, ¿Qué es de tu vida?

Era una de las chicas del grupo de cine fórum del que formé durante un tiempo. La recordaba morena y ahora era rubia pero conservaba todo su atractivo y hasta diría que con la edad lo había incrementado. Yo estaba tan solo y tan jodido que me lancé a la piscina sin saber si había agua y resultó que estaba llena. La invité a cenar y aceptó –señal de que no está con nadie, pensé- y acabamos en su apartamento con el mutuo relato de nuestros fracasos amorosos. Yo le conté lo ocurrido con Mónica sin ocultarle que habíamos sido una pareja swinger y ella me explicó cómo y porqué había roto, no hacía mucho, con su último novio. La noche fue placentera –los dos lo necesitábamos-, empezamos a salir, sobre todo al cine, la pasión que nos une y aun sin plantearnos vivir juntos acabamos siendo pareja. Un día, tras ver un documental sobre las nuevas formas de relación fuera de la familia tradicional,  me confesó que sentía curiosidad por el mundo swinger

- Pues cuando quieras vamos a un club y así ves de qué va la cosa.

- ¡Qué dices! Ni loca, con lo celosa que yo soy me pondría histérica si te viera haciendo algo con otra.

- Pues igual allí se te curaban los celos, que no sería el primer caso.

Aunque tratara de disimularlo, se notaba que el asunto le daba morbillo porque aprovechaba cualquier ocasión para hacerme preguntas sobre cómo funcionan los locales de intercambios.

- Solo hay tres normas de obligado cumplimiento –le expliqué- máxima higiene, máxima seguridad y máximo respecto, porque no es no. O sea que si inicias un acercamiento a otra pareja y te dan a entender que no están por la labor, sigue tu camino, forastero. Por lo demás, una vez allí nadie está obligado a hacer nada que no quiera hacer, mucha gente va por simple curiosidad, se toman una copa ven el ambiente, conversan con otras parejas y si se animan y surge la chispa pasan a la pantalla siguiente. Y no creas que es fácil porque les tiene que apetecer a los cuatro y han de estar de acuerdo en hasta donde quieren llegar.

De pronto dejó de preguntar y pensé que el tema ya no le interesaba, pero una noche me dio una sorpresa.

- ¿Te ha gustado esta delicatesen? –me susurró al oído mientras yo me recuperaba de la impresión.

- ¡Me has hecho el beso de Singapur! ¿Desde cuándo sabes de esas cosas?

-  Desde que hice un cursillo por correspondencia. “Aprenda a comportarse como una puta en 10 lecciones”- me contestó riéndose- En Internet está bastante bien explicado y aparte he leído algún libro.

- Pues te ha salido de premio. Se nota que entrenaste bien tu vagina.

- Sí, dio su trabajito pero ha valido la pena porque yo también he disfrutado mucho.

- Es la diferencia a si lo haces con la boca, que el placer es compartido. Y hay que ver las cosas que podéis hacer las mujeres con el coño. Una vez, en un cabaret de Ámsterdam vi como una artista se sentaba sobre una botella de champán, movía las caderas y, ¡puf! fuera el tapón.

Pero la cosa no acabó ahí

- ¿Sabes? –me dijo al día siguiente- Lo he estado pensando mucho y…quiero que me lleves a un club de esos de intercambio de parejas.

Fin

 

Significado  de algunos términos que aparecen en el relato que acaso los lectores desconozcan

Swngers

Parejas que mantienen relaciones sexuales con otras parejas, consentidas por parte de ambos. Estos encuentros sexuales se realizan siempre en presencia en el mismo momento y lugar y con la participación de todos los miembros de cada pareja.

Unicornio

En el mundo de las parejas liberales se denomina así a mujeres bisexuales que mantiene relaciones sexuales con parejas –nunca con hombres solos o mujeres solas- y por lo general en tríos MHM (Mujer,-hombre-mujer). El nombre se debe a qué no son fáciles de encontrar.

Sploshing.

Técnica sexual fetichista que consiste en utilizar diferentes alimentos –sólidos, líquidos o gaseosos– y untarlos, restregarlos o rociarlos en el cuerpo de nuestra pareja –o en el propio. Unas personas se excitan sólo visualmente, otras con el contacto y otras con la ingesta de los alimentos sobre el cuerpo de sus compañero/a de juego mientras realizan el acto sexual.

Sushi body

Costumbre ancestral japonesa conocida en ese país como Nyotaimoriy consistente en presentar comida, básicamente sushi y sashimi, sobre el cuerpo desnudo de una mujer (aunque también puede hacerse sobre el de un hombre). Por razones de higiene las porciones de comida se colocan sobre una superficie vegetal o plástica. Los comensales se sirven el alimento con palillos, con las manos o lo toman directamente con la boca, según el grado de atrevimiento que se quiera dar al juego.

69

Postura sexual para practicar el sexo oral en la que dos personas se colocan de forma que lo genitales de una queden a la altura de la boca de la otra.

Doggy style

Textualmente, estilo de perrito, postura sexual en la que una persona parte  se coloca a cuatro patas para ser penetrada desde atrás, ya sea vaginal o analmente por su pareja.

Beso de Singapur

Práctica sexual consistente en que, durante el coito, la mujer contrae de forma repetida los músculos de la vagina, que debe tener previamente entrenados, para producir en el pene del hombre una sensación de succión similar a la de una felación, con la diferencia de que, si se hace bien, la mujer puede alcanzar también un alto grado de placer.

Espuma para todos

JM. Alarcón

Mintió a su mujer y se mintió a sí mismo diciendo que iba a dar una vuelta. Caminó por las calles como quien vaga sin rumbo, pero sabía perfectamente a donde se dirigían sus pasos, lo supo desde el momento en que leyó la noticia en el periódico: “Cierra el bar La Clase” y añadía que el histórico establecimiento situado frente al Instituto de Enseñanza Superior iba a ser derribado al haber comprado el solar una inmobiliaria para edificar allí un edificio de oficinas.

Entró en el local, se sentó en la mesa del rincón y pidió una cerveza, de acuerdo con el ritual que había venido repitiendo, periódicamente, en los últimos años. Sólo que esta vez iba a ser la última y si en algunas ocasiones se prometió a sí mismo no volver más por allí, aquella tarde hubiera dado cualquier cosa por no tener que despedirse para siempre de aquel recinto y de aquella mesa. Recrearse en la nostalgia de los tiempos pasados podía ser un ejercicio de masoquismo, pero sabía que iba a echar de menos aquel ritual cuando ya no pudiera repetirlo. 

Mientras paladeaba la bebida recordando un viejo grito “¡espuma para todos!” contempló al grupo de adolescentes que se movían a su alrededor. Unos charlaban y reían en la barra, otros repasaban sus lecciones acodados sobre las mesas de mármol y los había que intercambiaban apuntes o se citaban para verse luego en otra parte.

“Bien mirado –pensó- tampoco han cambiado tanto las cosas. El aire no está tan cargado desde que prohibieron fumar, los camareros ya no llevan chaquetilla y hace tiempo que se jubiló el limpiabotas, pero esos chicos… les cambias el look, que se dice ahora, y somos nosotros hace unos años. También ellos va a echar de menos este sitio”.

Se miró en el gran espejo que ocupaba la pared de su derecha para fijarse, como si lo viera por primera vez, en su avanzada calvicie y en sus arrugas. “Para cambio de look, -parecía decirle el espejo- el que has experimentado tú”.

Fue al volverse hacia la puerta cuando la vio entrar. Vestía elegante, pantalón y chaqueta azul marino, zapatos negros de tacón alto y bolso a juego, un discreto maquillaje y un pequeño broche planteado en la solapa. Ella giró la vista por el local y en cuanto reparó en él se dirigió, con pasos resueltos, hacia la mesa del rincón.

―Hola, Javier, tú también has venido.

―Nunca me fui, he estado todo el tiempo aquí, esperándote.

―Sí, es verdad, te encuentro en el mismo lugar en el que te dejé. ¿Puedo sentarme?

―Por supuesto. Y pide lo que quieras, por ser el último día debería invitar la casa, pero ya que ellos no lo hacen, lo haré yo.

Llamó al camarero y después preguntó

― ¿Todo bien?

Ella se encogió de hombros.

―Más o menos. Qué pena que cierren este bar ¿verdad? Con los buenos ratos que pasamos aquí toda la pandilla. Pensé que seríamos más a darle el último adiós. O tal vez sea cosa del destino que nos encontremos tú y yo en el mismo lugar en el que nos despedimos para terminar una historia que dejamos a medias.

―Yo no creo en el destino y en cuanto a esa historia, se terminó hace años. Dos chicos se enamoran de la misma chica, ella elige a uno y el otro se queda sentado ante de un vaso de cerveza y con cara de tonto, punto y final.

―Y sin hacer el más mínimo esfuerzo para que la chica cambie de opinión.

―Tal vez pensó que quitarle la novia a un colega estaba feo, o que no podía competir con el niño rico de la pandilla.

―No me lo perdonarás nunca ¿verdad?

― ¿Perdonar? No hay nada que perdonar, son las reglas del juego,  vosotras elegís y al que le toca palmar, pues agua y ajo.

―Claro, y ella vive feliz el resto de sus días junto a su príncipe azul. Qué equivocado estás. Y conste que no me casé con Mario por su dinero, fue tu maldito orgullo el que lo estropeó todo. Tú me exhibías como un trofeo, eras el chico atractivo y brillante que se ha ligado a la más guapa del baile. En cambio Mario me hacía sentir importante, necesaria. No me compró con regalos caros como tú piensas, me dio ternura, me habló de un futuro en el que yo era el centro de todo. Y escucha esto, él nunca se habría quedado sentado bebiendo cerveza mientras su chica se iba con otro.

―Pues felicidades, hiciste la elección acertada. ¿Pedimos cava para celebrarlo?

―Eres un mal actor y no me vas a engañar con tus sarcasmos. Mírame a los ojos y dime que ya no estás enamorado de mí. No puedes ¿Verdad? Pues yo sí puedo mirarte y decirte que estoy tan colgada por ti como cuando me metías mano por debajo de esta misma mesa.

Abrió el bolso, sacó el billetero y extrajo una fotografía.

―Se llama Mario, como su padre.

―Enhorabuena, tienes un hijo muy guapo y es el vivo retrato de tu marido.

―Pues debería llamarse Javier porque lo concebí pensando en ti y ni una sola vez he hecho el amor con Mario sin desear que fueras tú el hombre que tenía encima.

Una voz, a espaldas de Alicia, interrumpió la conversación.

― ¡Eh, chicos! Por fin, creí que no iba a encontrar a nadie del grupo. Soy Geni, ¿Es que no os acordáis de mí?

― ¿Cómo olvidar a la chica con las mejores piernas del instituto? ―le respondió Javier.

― Gracias guapísimo, hacía tiempo que no me decían nada así de bonito.

Geni, monilla de cara, ojos vivarachos y pelo rubio teñido, fue años atrás la chica pizpireta y un poco gamberra, eterna animadora del grupo estudiantil. Agarró una silla y se sentó frente a la pareja.

― Qué putada que derriben esto ¿no? ¿Os acordáis de las juergas que nos corríamos aquí al salir del insti? Eso cuando no pasábamos de ir a clase, que fue unas cuantas veces.

― Me acuerdo del pedo que cogiste una noche ―dijo Alicia― Conchi y yo te llevamos a casa porque ningún chico quería, decían que tus padres iban a pensar que te habían hecho beber ellos para luego aprovecharse.

― ¿Y vosotros qué? ―peguntó la rubia― ¿Os casasteis, tenéis muchos hijos?

Las caras de circunstancias de ambos la sacaron de su error.

― ¡Huy! me parece que he metido la pata. Perdonad, pero ya sabéis que es una de mis especialidades.

―En realidad no has dicho nada que no sea verdad ―respondió Javier― nos casamos y tenemos hijos pero cada uno por su lado.

―Mi marido es Mario ¿te acuerdas de él?

―Ya lo creo. Te llevaste un buen partido ¿eh? Mejorando lo presente, claro. ¿Cómo es que no ha venido?

― Para variar, está de viaje. Por China y Singapur, creo.

― Ahora te toca a ti ¿Qué has hecho en todos estos años?

Geni cambió de cara  y sonrió con cierta amargura.

― Pues el resumen de mi vida podría ser: un embarazo no deseado, un padre que no quiere saber nada del bebé, mamarrachos que, porque eres madre soltera, se creen con derecho a hacerte cualquier proposición indecente, años buscándote la vida en una cosa y otra y cuando piensas que has encontrado un trabajo estable te cae encima un ERE y a la puta calle. Pero no me quejo, tengo salud, un hijo estupendo y muchas ganas de vivir. Pero cuando pienso en los proyectos que hacía entre estas paredes. Quería comerme el mundo y el mundo se me comió a mí.

 ― ¿Estás en el paro? – le preguntó Alicia.

― Desde hace cuatro meses y con una paga de mierda.

― Dame tu teléfono, mi marido tiene muchos contactos y algo encontraremos para ti.

― Pues me harías un gran favor.

― Para eso están las amigas ¿no?

Por encima de la cabeza de Geni, que se había inclinado para anotar su número de teléfono, Javier vio a un hombre alto, de poblado bigote, ya algo canoso, en quien creyó reconocer a un antiguo compañero.

― ¿Ese de ahí no es Alfredo Castejón?

Las dos mujeres se volvieron y llamaron la atención del recién llegado.

― ¡Geni, Alicia, Javier! ¡Qué alegría volver a veros! ¿Pero cómo es posible que sólo seamos cuatro? Si esto era como nuestra segunda casa, bueno en realidad la vuestra porque yo, ya sabéis, tenía que cuidar de mi madre enferma.

― ¿Cómo sigue? Preguntó Geni.

― Murió hace dos años.

― Lo siento mucho.

― No, si favor que le hizo Dios, bastante había sufrido ya la pobre. Pero a ver ¿Qué queréis tomar? Invito yo ¡Camarero!

― Andan todos muy liados ―dijo Geni― será mejor que vayamos a buscar las bebidas a la barra. ¡Espuma para todos, como en los viejos tiempos!

― ¿Has visto cómo se han mirado esos dos? ―comento Javier cuando se encontró de nuevo a solas con Alicia― tendría gracia que de este encuentro saliera una pareja. Y también sería bonito, ¿Qué mejor cierre para el bar? Como el final de una obra de teatro. Geni y Alfredo hacen mutis por esa puerta cogidos de la mano mientras cae lentamente  el  telón.

― No desvíes la conversación, estábamos en que seguimos enamorados. Tú no creerás en el destino pero yo sí. Y este encuentro no es una casualidad, la vida nos debe algo ¿Por qué no darnos una segunda oportunidad?

― Si tu marido sólo vive para los negocios y ya estás harta y has decidido ponerle los cuernos, no cuentes conmigo; yo nunca le haría algo así a un viejo colega.

― Javier, no te pases. Puedo soportar ese tono de desprecio con el que me hablas, pero no que me insultes. No te estoy proponiendo que seamos amantes, lo que trato de decirte es que por ti soy capaz de dejarlo todo ahora mismo y que seamos nosotros los que salgamos de aquí cogidos de la mano; y después que caiga el telón o que se hunda la casa, me da lo mismo.

Javier la miró fijamente mientras cruzaba los brazos sobre la mesa.

― Tan egocéntrica como siempre, piensas que el mundo gira a tu alrededor y que todos somos como las marionetas de tu guiñol. ¿Lo dejarías todo por mí? Pues yo no pienso dejar a la madre de mis hijos, a la compañera leal que supo estar a mi lado en los momentos más difíciles de mi vida, cuando unos hijos de la gran puta me estafaron y me encontré sin un duro y con un montón de facturas por pagar; ni un solo momento me faltó su ayuda, ni sus palabras de ánimo. Mientras tú follabas con Mario pensado en mí, ella no dejaba de repetirme que no me viniera abajo, que saldríamos de aquello. Y los dos juntos salimos. 

Alicia bajo la cara tratando de ocultar su sofoco y cuando la levantó de nuevo, Javier pudo ver que estaba llorando.

― Yo no tenía ni idea de que…y cuando te vi aquí sentado, en el mismo lugar en el que nos despedimos, hasta llegué a creer que me estabas esperando.

En aquel momento llegaron Geni y Alfredo con las cervezas.

― Alicia, ¿qué te pasa? Estás llorando ―exclamó la rubia

― Recordando cosas de los viejos tiempos nos hemos emocionados los dos.

― Es que hay mucho que recordar ―intervino Alfredo― sobre todo vosotros. Yo casi nunca podía venir, ni ir de excursión, ni a los guateques. Os envidiaba tanto, siempre felices, riendo, cantando, planeando cosas para el futuro o haciendo manitas por debajo de la mesa. Yo tenía la sensación de ser un maniquí de escaparate que ve a la gente ir y venir y él siempre allí sin poderse mover. Os juro que no me arrepiento de nada, era mi madre y mil veces que naciera mil veces que volvería a hacer lo mismo, pero es que, joder, siento que me han robado media vida. No me dejaron ser niño, ni adolescente y ahora que todavía soy joven me veo como un viejo prematuro, sin más horizonte que dejar pasar el tiempo. Vosotros añoráis la juventud y las horas felices que pasasteis en este bar, pero no sabéis lo que es sentir nostalgia de lo que no te dejaron vivir. ¿Recordáis que quería ser ingeniero? pues al final tuve que dejar los estudios.

― ¿Y a qué te dedicas? ―preguntó Javier

― Soy funcionario, tengo un trabajo más bien rutinario y un sueldo más que suficiente para mí solo.

― ¿Y qué haces cuando no trabajas? ―se interesó Geni.

― Leo, escucho música, alguna vez voy al cine.

― ¿Siempre sólo? ― insistió ella

― ¿Y con quien voy a ir? No tuve tiempo de hacer amigos

― Pues conmigo, por ejemplo.

― Geni, no te burles.

― Que no me estoy burlando, que te estoy diciendo que quiero salir contigo ―se puso en jarras y, por un momento, sus tres amigos volvieron a ver a la Geni gamberra y eterna animadora del grupo― Y a mí, chaval, para que te enteres, ningún tío me dicho nunca que no y no vas a ser tú el primero. Así que ya sabes.

― ¿No te lo dije? –comentó Javier por lo bajo dirigiéndose a Alicia― estos dos salen hoy de aquí cogidos de la manita.

En aquel momento sonó su móvil.

― Hola, cariño, tranquila no me ha ocurrido nada, es que me he encontrado con unos amigos a los que hacía años que no veía y nos hemos entretenido charlando. Vengo enseguida.

― Lo siento, pero tengo que marcharme ―dijo levantándose después de colgar el teléfono.

Alicia se incorporó al mismo tiempo y recogió su bolso.

― A mí también se me hace tarde.

― Un momento ―Geni interrumpió el conato de despedida- de aquí no se va nadie sin que prometamos solemnemente que no tardaremos tanto tiempo en volver a vernos. Venga, dadme vuestros teléfonos y yo me encargo.

Como si hubieran convenido que todavía tenían algunas cosas por decirse, Javier y Alicia salieron juntos a la calle.

― ¿Te acerco a alguna parte? ―dijo ella―.Tengo el coche en un parking aquí cerca.

― No, gracias, necesito respirar aire fresco y estirar las piernas, volveré a casa paseando

― Estarás satisfecho, has logrado lo que ningún otro hombre hasta hoy, verme llorar. Y debo reconocer que has sido muy hábil, primero montas la comedia sentado en la mesa del rincón, como una versión masculina de Penélope que aguarda la vuelta de su amada apurando cervezas, y cuando consigues que me rebaje, que me ofrezca a ti como una fulana, entonces sales con que tienes una mujer maravillosa esperándote en casa.

― Te equivocas, en estos años he venido muchas veces a este bar y lamento no poder seguir haciéndolo. Lo siento si al encontrarme allí te imaginaste otra cosa, te aseguro que no era mi intención ni pensé que tomaras en serio lo de que me había quedado a esperarte. 

― ¿Sabes qué pienso, Javier? Que eres un cobarde, lo fuiste entonces  y lo vuelves a ser ahora. No tienes agallas para luchar por lo que quieres y te escondes tras esa máscara de tipo duro y perdonavidas. Yo sí he peleado y hasta el último momento aunque a costa de rebajarme y hacer el ridículo.

― Yo diría mejor que los dos jugamos fuerte y los dos perdimos. O sea que mejor será que nos despidamos como buenos jugadores que aceptan deportivamente la derrota. Dale recuerdos a Mario, es un buen chico aunque esté podrido de dinero. Y por si te interesa saberlo, la maravillosa mujer que me espera en casa se llama Caty  Maldonado.

Alicia enrojeció de rabia al escuchar aquel nombre que evocaba tres cursos enteros de rivalidad, de pugna por cada mirada de deseo, por cada sonrisa cómplice, por la invitación del compañero más atractivo. Tres cursos de celos y envidias, de “No sé qué le ven a esa pánfila”, de “eso que se ha puesto le sienta como a un cristo unas pistolas” de “¿Se ha creído que es miss mundo o qué?”.

― Eres un cerdo, te lo has guardado hasta el final, como el as que decide la partida.

― Tú lo has dicho antes, soy el chico atractivo y brillante que se ligó a la más guapa de la fiesta, sólo no eras tú.

―- ¡Vete a la mierda!

Giró sobre sus talones y se marchó calle arriba, hecha una furia, dejándole plantado en medio de la acera.

“Puede que sea un cobarde, pero nunca seré un muñeco de tu guiñol ―dijo para sí, sabiendo que ella ya no podía oírle―, a Mario seguro que no le importa y fue por eso, aunque no lo quieras reconocer, que te fuiste con él”.

Miró por última vez el rótulo en el que se leía Bar La Clase. “Adiós, viejo amigo, te voy a echar de menos pero tal vez sea mejor así. Contigo desaparecerán muchas horas felices, pero también algunos fantasmas del pasado que mejor es enterrar”.

Hundió las manos en los bolsillos del pantalón y caminó despacio respirando el aire fresco de la anochecida, mientras pensaba que, sin pretenderlo y de manera espontánea, aquel encuentro habían sido como una especie de terapia de grupo. “Cuatro perdedores alrededor de una mesa en un viejo café condenado a muerte. Y es verdad lo de la historia que quedó a medias y había que terminar. Se acabó, punto final, ya puede caer el telón”.

FIN

 

Y sin embargo te quiero

J.M. Alarcón

Alguien gritó allá donde estuvo la puerta de la antigua muralla “¡Pasen señores pasen! Hay lugar para todos, nadie es extraño en mi ciudad. Ahí está la iglesia y allá el burdel, a la derecha la biblioteca y a la izquierda el bingo, museos y tabernas, palacios y chabolas, salones y boardillas. ¡Pasen, vean y escojan! De todo hay y para todos”.

Bastarda de algún dios, mitad místico mitad libertino, mi ciudad nació santa y puta, madre y amante, heroína y alcahueta. Parió y amamantó tantos hijos y de tan diverso pelaje, que hoy reúne en su regazo a poetas y mercachifles, ilusos y pícaros, prohombres y vagabundos, genios y mentecatos.

Cada mañana se despierta, entre rezos y blasfemias, cuando la campana llama a la oración y la rutina al trabajo. No es aún de día y ya las calles devienen en reguero de sangre humana que brota a borbotones del subsuelo y se desparrama entre viejas piedras enmohecidas y rascacielos de hormigón, cristal y aluminio.

Ríos de oro discurren de una a otra ventanilla y en la plaza hay un mendigo que pide para comer. Secretarias en minifalda buscan huecos en repletas agendas de trabajo, mientras los parados pasean al sol de mediodía. Hay colas en los grandes almacenes y parejas de harapientos que rebuscan en los contenedores de la basura.

Cuando el sol se acuesta tras las montañas, mi ciudad se viste de negro y rojo, iluminada por mil puntos de luz; y mientras los músculos se relajan y el silencio se hace cómplice del sueño, otra grey se despereza para tomar el relevo y que nunca deje de latir el corazón de la santa, puta, madre, amante, heroína y alcahueta. Hay quien se viste de blanco para velar descansos intranquilos y quien desnuda su cuerpo, rebozado en silicona, para alterar lívidos solitarias. Unos pasean su melancolía sorteando heces de perros sin pedigrí y otros, insomnes, leen noticias que ya son historia en periódicos arrugados. Los enamorados dan rienda suelta a su pasión y los miserables traman fechorías, sentados alrededor de mesas que apestan a cerveza. Un sabio estudia con su telescopio las estrellas y algunos sátiros espían con prismáticos a sus vecinas.

La luna reina en un cielo sucio de polución y a su luz, que los destellos de neón hacen ridícula, se hermanan el drama y el sainete, la comedia y el vodevil, la ópera y el pop, la habitación de cinco estrellas y el portal que da cobijo a un indigente; y mientras el llanto de un recién nacido rompe el silencio aséptico del gran hospital, un abuelo se duerme para siempre, harto del falso calor del asilo.

Las esquinas son lonja de un comercio tan viejo como el mundo; en el casino alguien gana en la ruleta; en una celda de la cárcel un perdedor se monta en el caballo de la muerte y, abrazado a un farol cual náufrago asido a la última tabla, un borracho agrede los oídos de transeúntes apresurados, cantando entre hipos “No debiera de quererte, no debiera de quererte…y sin embargo, te quiero”.

Una mujer invisible

JM Alarcón

Sentada junto a la ventanilla, viendo como la estación de la capital quedaba cada vez más lejos a medida que el tren aceleraba, Julia sonrió pensando que poco podía imaginar cuando llegó, una semana antes, que aquel viaje iba a suponer para ella un impacto tan grande. La experiencia había sido fuerte y puso en cuestión cosas que creía muy firmes y que ahora sabía que podían derrumbarse con relativa facilidad; pero también había servido para que ahora se sintiera una mujer nueva.

Todo empezó casi un mes antes, cuando el jefe de su negociado le notificó que había sido elegida para participar en un cursillo que se celebraba en la capital, al que asistirían funcionarios de todo el país y cuyo objetivo era unificar criterios sobre determinados aspectos de la burocracia municipal. No le hizo ninguna gracia la perspectiva de estar una semana fuera de casa, aunque su marido la animó diciendo que si aquello era bueno para su promoción profesional que no se preocupara, que podía apañárselas solo y que sus padres estarían encantados de cuidar de los niños.

Tomó el tren el domingo por la tarde y llegó a su destino sin tiempo más que para acomodarse en el hotel y cenar en una cafetería cercana, donde ya pudo establecer contacto con otros cursillistas. Para algunos no era la primera experiencia de ese tipo y no parecían disgustados por tener que repetirla sino más bien contentos por poder cambiar de rutina durante unos días, y aunque le advirtieron de que las sesiones eran un tomazo, también le dijeron que al terminar, a media tarde, quedaban horas libres para salir un rato a divertirse.

A la mañana siguiente, en el desayuno, conoció a dos chicas, Sara y Laura,  con las que hizo buenas migas y que al saber que era novata se prestaron a proporcionarle toda la ayuda que necesitara. Eran más o menos de su edad, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, y las dos estaban separadas, por eso no le extrañó que pasaran la mitad del tiempo hablando pestes de los hombres aunque, por otra parte, parecían bien dispuestas a aprovechar cualquier oportunidad que se les presentara de ligar con algún colega atractivo. Y el caso fue que en el “coffee break” del miércoles Sara reparó en uno ellos.

- ¿Habéis visto cómo está ese pavo?

- Para comérselo enterito- respondió Laura- y debe andar por los treinta si es que llega.

- Pues preparemos nuestras sonrisas más sugestivas, porque viene hacia aquí.

- Hola chicas, ¿Cuál de vosotras es Julia Posada?

- Soy yo – contestó, un tanto sorprendida.

- Me llamo Enrique Naranjo y me han dicho que trabajas en el ayuntamiento de El Arenal. Resulta que  tengo que hacer unos trámites allí y he pensado que podrías echarme una mano ¿Te importa si hablamos luego?

- Por supuesto, cuando quieras.

El hombre giró sobre sus talones y se fue por donde había venido, mientras Sara y Laura miraban a Julia con cara de envidia.

-Enhorabuena, chica –dijo Laura- canasta de tres puntos.

-Pero si lo único que quiere es que le ayude en un tema de papeleo.

-Si, si papeleo –respondió Sara-, de forma parecida me entró mi último ligue. No me digas que no te has dado cuenta de cómo te miraba.

-Pues lo tiene mal. Soy una mujer felizmente casada.

-¿Casada y feliz? Imposible –afirmó Laura muy convencida- Como todas, buscabas tu media naranja y encontraste un exprimidor.  

- Pues aunque no lo creas, son feliz así, al lado de un hombre al que quiero y que me quiere y con el que tengo dos hijos maravillosos que son lo mejor que me ha pasado en la vida.

- Pues a mí me parece que lo mejor que podría pasarnos a cualquiera de nosotras es disfrutar de una noche guapa con el Naranjito ese.

-Habla por vosotras dos, yo tengo un marido que no se merece que le ponga los cuernos.

- ¿Y por qué no dejas de pensar en lo que se merece él y piensas un poco en lo que te mereces tú? -contestó Sara.

- Y a fin de cuentas –terció Laura- tampoco se iba a enterar, así que... Además, ¿Cómo crees que actuaría él si estuviera en tu lugar?

El reinicio de la clase puso fin a la conversación pero no a los nervios de Julia que, por el contrario, fueron en aumento en las horas siguientes. Porque todo aquello se parecía demasiado a una fantasía erótica de la que había disfrutado muchas veces y de la que se había avergonzado otras tantas.

De todos los cuentos que escuchó de pequeña, el que más la impresionó fue el de Cenicienta, con la calabaza transformándose en carroza, los ratones en caballos blancos y las modestas ropas de la huérfana en un precioso vestido de fiesta. Así se veía en sus ensoñaciones, escapando como Cenicienta de una realidad gris para entrar en un mundo mágico, donde la distancia y el anonimato le proporcionaban una absoluta libertad y en el que un desconocido la hacía sentir especial, única, la más deseada de la fiesta.

“Ese par de salidas me están poniendo de los nervios y sin ningún motivo –se decía una y otra vez- seguro que lo único que quiere ese chico es que le ayude a hacer una gestión”. ¿Pero y si no era así? Porque, como sus ocasionales amigas, también ella había creído advertir una mirada de deseo en los ojos de aquel hombre, una mirada que era idéntica a la veía en sus fantasías.

A Enrique Naranjo siempre le habían gustado las mujeres maduras. Ya en la adolescencia, fueron las madres de sus compañeros de clase las que protagonizaron sus placeres solitarios y cuando vio “El graduado” y a Mrs. Robinson seduciendo al pardillo que interpretaba Dustin Hoffman, tuvo una erección brutal. No podía considerarse un caso de complejo de Edipo, porque nunca buscó la figura protectora de la madre, sino de una cierta inseguridad, producto de alguna circunstancia de su infancia que ni él mismo recordaba, que le impulsaba a buscar una posición de dominio en sus relaciones; sabía que en las parejas formadas por una persona madura y otra joven, es esta última a la que, por lo general, lleva la voz cantante y era eso lo que perseguía, sentirse dominador de la situación.

Después descubrió que, al llegar a cierta edad, muchas mujeres experimentan la sensación de haberse vuelto invisibles al observar que las miradas de admiración tienen ahora otras destinatarias, por supuesto más jóvenes; y si a eso se añade una vida rutinaria, junto a un marido que tampoco hace demasiados alardes de pasión, entonces sufren una crisis de autoestima que las puede convertir en presa asequible para un seductor nato como él, buen conocedor de las artimañas precisas para llevarlas a su terrero, por el simple procedimiento de hacer que se sintieran deseadas otra vez. Tenía buen olfato para distinguirlas y por eso se fijó en Julia, a quien estuvo observando discretamente antes de abordarla, con los ojos propios del cazador que otea la próxima pieza.

“Sólo quiere que le ayude a resolver un trámite”, se seguía repitiendo Julia a sí misma cuando se encontró con él a la salida de la última sesión del día; pero una extraña excitación, mezcla de sentimientos encontrados, se fue apoderando de ella a medida que se daba cuenta de que Sara tenía razón, que el presunto problema burocrático no era más que una excusa. Sabía que lo único que pretendía aquel tipo era añadirla a una larga lista de conquistas, pero el hecho de que la hubiera elegido a ella hacía que, por primera vez en años, se hubiera sentido valorada y hasta envidiada por dos mujeres atractivas y sexys. Quiso agarrase a la idea de que tenía un marido y unos hijos, y unos principios, pero volvió a escuchar las voces de sus compañeras: “piensa en lo que te mereces tú”…”él no se va a enterar”. El terreno estaba perfectamente abonado y cuando su apuesto acompañante la invitó a cenar y ella aceptó, Julia pensó que no había vuelta atrás, que la calabaza ya era una bella carroza, los ratones hermosos caballos blancos y su indumentaria informal un precioso vestido de fiesta.

 Mientras pagaba la cuenta, Enrique Naranjo pensó que aquella aventura le estaba resultado incluso más fácil de lo que había previsto. En realidad, le bastó con un ambiente adecuado -un restaurante en el que ya había seducido a alguna otra chica-, su encanto personal y su “savoir-faire” para transportarla a un mundo de ensueño del que ya no querría salir. Dentro de poco la tendría en sus brazos y la iría desnudando lentamente como quien deshoja una margarita, mientras percibiría, seguramente, un ligero temblor en todo su cuerpo, porque estaba seguro de que iba ser su primera infidelidad. Y era más que probable que fuera el segundo hombre en la vida de aquella mujer.

Cansada de mirar el paisaje y sin ganas de volver al libro con que había amenizado parte del viaje, Julia fue al baño y después a la cafetería, pidió un refresco y se acodó en la barra pensando que en cosa de hora y media estaría de nuevo en El Arenal y poco después en casa. Vuelta a la normalidad ¿Pero podría ser todo igual que antes? Lo sucedido en la capital había dejado su huella y ahora sabía que algo que creyó tan sólido como su matrimonio podía estar en peligro, que no deseaba por nada del mundo que se rompiera; pero que también había descubierto que no tenía porque conformarse, que había recuperado su autoestima.

Lucas volvió a casa a la hora de siempre y ni más ni menos cansado que cualquier otro día. Saludó a su mujer que estaba en la cocina, preguntó por los niños y ella le dijo que estaban en casa de sus padres y que dormirían allí. No alcanzaba a entender los motivos, pero dejó las preguntas para después y se dirigió al dormitorio, se quitó la corbata y los zapatos, se calzó unas zapatillas y caminó hasta el salón con intención de ver el informativo de televisión. Entonces apareció Julia, vestía su habitual bata y las zapatillas de estar por casa.

- Dime una cosa ¿Te sigo pareciendo atractiva? –le preguntó justo cuando él empuñaba el mando a distancia.

- Por supuesto ¿A qué viene eso?

Sin contestarle, se acercó al sofá, sustituyó las zapatillas por unos zapatos de tacón alto que había dejado allí preparados y después se quitó la bata. Debajo sólo llevaba una camiseta blanca en la que podía leerse: “Me la he puesto para que me la quites”. 

- Así mejor ¿verdad? ¿Te gusta esta camiseta? La he comprado en Internet – dijo ante la sorpresa de su marido.

- Si, claro que me gusta, sobre todo el mensaje.

- Pues va dirigido a ti.

No se demoró ni un segundo en atender a tan tentadora proposición y dejar a su mujer sin más atuendo que unas bragas negras. Quiso abrazarla pero ella le apartó, se volvió de espaldas y caminó unos pasos para que viera que la pequeña prenda también llevaba un mensaje escrito, concretamente sobre la nalga derecha: “Deja de leer y quítamelas”.

Al cabo de un momento estaban en el dormitorio, él tumbado boca arriba sobre la cama mientras Julia, desnuda, le desabrochaba, uno a uno y muy despacio, los botones de la camisa.

- ¿Me dirás de una vez qué celebramos? -Preguntó Lucas, todavía descolocado por la inesperada situación.

-  Pues, por ejemplo, que tú eres un hombre, yo soy una mujer y esto es una cama. No hace falta nada más para que cualquier noche sea especial. ¿Sabes que durante el cursillo conocí a una persona que me hizo sentir única y muy deseada? Tranquilo que no pasó nada, aunque estuvo a punto de pasar. Entonces decidí que no quiero ser más la santa esposa y madre de tus hijos, que quiero ser tu amante, la mujer que se quita a los niños de en medio con cualquier excusa para quedarse toda la noche sola contigo, la que te propone que la desnudes en mitad del salón, la que quiere ver el deseo escrito en tus ojos; la que no se resigna a ser una mujer invisible.

FIN

La confesión

JM Alarcón

El policía malo –un tipo de complexión gruesa y avanzada calvicie- clavó sus ojos de besugo en el detenido y repitió la pregunta.

-       ¿Qué hizo usted la tarde del jueves 21?

-       Por Dios santo, se lo he explicado ya cuatro veces –replicó el interpelado, un hombre delgado, de mediana edad, que se removía nervioso en su silla.

-       Pues no le importará repetirlo una más.

-       Estuve en el cine, viendo “La tentación vive arriba”. Quería ver otra vez la escena en la que el viento le levanta las faldas a Marilyn Monroe.

-       ¿Algún testigo que pueda ratificar su declaración?

-       Ya les he dicho que no. ¿Pero por qué no me creen?

-       Porque sabemos que miente. Nos consta que ha cometido un acto vergonzoso pero la Ley exige una declaración de culpa y usted se empeña en negarlo todo. Muy bien, sabe que podemos retenerle durante setenta y dos horas y eso es mucho tiempo, si no quiere colaborar allá usted, pero le advierto que estoy empezando a sufrir una molesta migraña y cuando eso ocurre, puedo ser muy desagradable. El que avisa no es traidor.

-       ¿Por qué no vas y te tomas un analgésico que te alivie el dolor de cabeza? –intervino el policía bueno, alto y de mirada un tanto burlona, al tiempo que dirigía un guiño de complicidad a su compañero.

El policía malo se levantó y salió de la sala. El otro apoyó los codos sobre la mesa y sonrió al interrogado.

-       ¿Pero por qué es tan cabezón? ¿No se da cuenta de que cuanto más tiempo tarde en confesar será peor para usted? Mi compañero está de muy mala leche porque tenía entradas para el boxeo, Ferdy Lamba contra “Boom Rodríguez”, el combate del año. Ya deben estar por el cuarto asalto y él aquí por su culpa.

-       Los siento, pero la culpa es de ustedes por no creerme. Además, no tienen ninguna prueba de lo que me acusan.

-       Las pruebas aparecerán más pronto que tarde y entonces sí que estará jodido. Este asunto saldrá en los periódicos, se verá en las televisiones…Se va a quedar sin amigos y sus vecinos le retirarán el saludo. Y eso por no hablar del cirio que le va a montar su mujer ¿Se ha preguntado con qué cara podrá mirar a sus hijos después de lo que ha hecho?

-       Yo no he hecho nada.

El policía bueno se echó para atrás en su silla con gesto de resignación. En aquel momento volvió su compañero y se sentó frente al detenido con la misma cara de malas pulgas con la que se había ido.

-       ¿Qué, nos va a decir lo que realmente hizo el jueves por la tarde o piensa seguir con ese rollo de que quería verle las bragas a la Monroe? Hasta ahora hemos sido muy considerados con usted, pero si se empeña en callar nos obligará a usar otros métodos.

-       Venga, hombre – dijo el policía bueno- decídase ya. ¿No se da cuenta de que no tiene escapatoria? Confiese su culpa y díganos quien más está en esto.

-       No soy un soplón

-       ¿Y quien dice que lo sea? Es un buen ciudadano que admite sus errores y colabora con la Ley.

Por primara vez, el interrogado dio muestras de debilidad.

-       ¿Si les diera esos nombres podría quedar la cosa en secreto, sin prensa ni televisión?

-       Ayúdenos y nosotros le ayudaremos. A nadie le interesa que se sepa que un funcionario hace esas cosas, desprestigia a la administración y crea alarma social.

-       Pero figurará en mi expediente.

-       Eso me temo que es inevitable, pero un informe se puede redactar de muchas maneras y el hecho de mostrarse arrepentido y cooperar con la Justicia es un tanto importante a su favor.

-       Está bien, se lo diré todo.

Los dos policías soltaron un suspiro de alivio.

-       Pues hable de una vez –le urgió el policía malo- porque la migraña me está matando.

-       Es que, verán, me habían hablado tantas maravillas, sobre todo de las dos chicas rubias.

-       ¿Quiénes?

-       García, Ordóñez y Perales.

-       Muy bien ¿Qué más?

-       Pues que no pude resistir la tentación. El jueves por la tarde estaba solo en casa, puse la tele, conecté ese canal extranjero…

El interrogado estalló en un sollozo.

-       Lo confieso…vi el culebrón de las cinco.

 

FIN 

My Way

 

JM Alarcón

En cuanto cesó la lluvia, salieron a tomar una copa a la terraza mientras sus respectivas parejas seguian enfrascadas en una reñida partida de ajedrez. La mañana había sido tórrida, pero un chaparrón típico de la segunda quincena de agosto había dejado limpia la atmósfera y agradablemente fresco el ambiente.

- Se nos está yendo el verano –comentó Emma mientras fijaba la vista en las olas que rompían, con crestas de espuma, contra una playa que el copioso chubasco había vaciado de presencia humana- y ha sido un buen verano, los chicos ya van a su aire y Guillermo y yo estamos otra vez como de recién de casados; pero mañana es 25 y se acaban las vacaciones. 25 de agosto ¿te recuerda algo la fecha?

- Por supuesto –respondió Nacho, recostado junto a ella sobre la barandilla que se asomaba al paseo- nuestro último beso, después hice la maleta y me fui.

- Pero volviste justo a tiempo para asistir a mi boda, y te fuiste otra vez y volviste; y así no sé cuantas veces. Eres como una especie de Guadiana

- Soy anárquico, desordenado y culo de mal asiento; si hay tres cosas que odie son el despertador, el calendario y la agenda; y no puedo estar mucho tiempo en el mismo sitio, aunque los años pasan y tal vez sea el momento de echar raíces. ¿Y donde mejor que al lado de mi mejor amigo y de mi primer amor?

- No sé si eres el último romántico que queda en el mundo o…

- O un perfecto gilipollas –la interrumpió- yo también me lo he planteado alguna vez

- ¿Y no te has preguntado nunca qué habría pasado si las cosas hubiera discurrido de otro modo?

- ¿Para qué jugar al “qué hubiera ocurrido si…”? Lo pasado, pasado y, a fin de cuentas, bien está lo que lo que bien acaba ¿No eres feliz?

- Sí, mucho, tengo un marido maravilloso y dos hijos estupendos, soy la envidia de todas mis amigas, pero eso no evita que, a veces, yo sí me haga preguntas.

- ¿Quieres una respuesta? Pues si las cosas hubieran discurrido de otra manera, como tú dices, a lo mejor ahora en lugar de un amigo con el que tomas copas las tardes de verano, sería un odiado ex marido. Yo no nací para estar sujeto a nada ni a nadie

- Pues con Maika no te va mal

- Porque Maika es un espíritu libre, como yo. Estamos juntos en aquellas cosas en las que coincidimos y en lo demás no nos molestamos. A veces parecemos más dos compañeros de piso que una pareja. ¿Te habría satisfecho a ti un tipo así de relación?

Emma vació de un sorbo lo que quedaba en su vaso y volvió la mirada hacia el crepúsculo.

- Siempre que hablamos de Maika acabas cambiando de cara. No te cae bien ¿verdad?

- ¿Crees que estoy celosa? Pues ya no, pero lo estuve. Para mí eras como una especie de caballero Lancelot, amando en secreto a su reina. ¿A que mujer no le halaga que la quieran así? Pero llegó Maika y se rompió el hechizo. Entonces comprendí el porque de algunas cosas, no es que tú no encajaras en mi vida, era yo la que no encaja en la tuya. Pero todo eso ya pertenece al pasado.

- Eres la mujer de Guillermo y no debería decirte esto, pero tus celos eran infundados, nunca he querido ni podré querer como te he querido a ti.

Por un momento, Emma tuvo la sensación de que el tiempo no había parado y volvió a sentirse la jovencita acostumbrada a llevar a los chicos de cabeza.

- Pues si es así, dame un beso, un beso como aquel, porque nadie me ha vuelto a besar de esa manera desde entonces.

- ¿Te has vuelto loca? Están ahí –dijo señalando hacia la puerta que les separaba de la habitación en la que Guillermo y Maika continuaban con su partida.

- Sí, con los cinco sentidos puestos en el tablero. podría estallar una bomba y no se enterarían. Bésame, por lo que mas quieras, te juro que nunca más volveré a pedírtelo.

Años de deseo contenido se materializaron en aquel abrazo tan apasionado como largo, del que Emma se deshizo con un profundo suspiro, mientras Nacho miraba asustado hacia la puerta. Después se rieron como chiquillos que acaban de cometer una travesura sin que los mayores lo adviertan y volvieron a acomodarse en la baranda.

- Eso ha estado mal ¿no? - preguntó ella.

- Una pequeña transgresión, pero supongo que transgredir una vez al año no hace daño. Aunque si les da por asomarse.

- Pues le hubiera dicho a mi marido que la culpa era suya por dejarme a solas con un hombre que besa tan bien. El caso es que nos hemos quitado unos cuantos años de encima ¿No te ha parecido oír una música de fondo? A mi sí, a Tom Jones cantando Delilah.

- Claro, la banda sonora de nuestro primer beso. ¿Qué habrá sido de aquel par de imbéciles que andaban siempre revoloteando a tu alrededor? En mi vida he tenido tantas ganas de partirle la cara a alguien y si te llegas a casar con uno de ellos, te asesino.

- Decididamente, eres el último romántico.

- Soy un hombre con una aspiración en la vida: dejar este mundo cantando May way. Habré tenido momentos buenos y otros malos, habré acertado unas veces y equivocado otras, muchas seguramente, pero todo lo habré hecho a mi manera.

- En fin, voy a preparar algo de comer que se está haciendo tarde y cuando esos dos acaben la partida querrán cenar. No tengáis prisa por iros, cuanto más tarde, menos tráfico.

Emma entró en el chalet con el sabor de aquel beso clandestino todavía en los labios. “Sir Lancelot ha vuelto a casa, y cómo ha vuelto, casi me deja sin respiración. Curiosa historia la nuestra, que dos amigos se enamoren de la misma chica no tiene nada de especial, pero que ella también se cuele por los dos… Si hubiera podido meterlos en una coctelera, agitar bien fuerte y fundirlos en uno solo, ahora tendría al hombre perfecto. Guillermo es la seguridad, esta casa, el coche, los vestidos, las joyas, pero Nacho es la aventura, lo imprevisto, un ramalazo de locura, el beso que te lleva al edén, y también la fruta prohibida de ese paraíso. ¿Por qué siempre se ha de desear lo que no se tiene, y por qué tiene que ser precisamente el mejor amigo de mi marido?

Él la vio alejarse y recordó aquella tarde de domingo, en una discoteca años después transformada en bingo, sonaba la canción Venus y Emma reinaba en la pista como la encarnación de la diosa del erotismo. “Qué sueño de chavala”- pensó- y entonces una voz interior le dijo que los sueños son para soñarlos y no para vivirlos. Y después recordó el accidente y a Guillermo jugándose la vida para sacarle del coche antes de que se incendiara; y después aquella entrevista en un bar.

- Una vez nos prometimos que nunca pelearíamos ni dejaríamos de ser amigos por una chica. Emma me gusta mucho, creo que me estoy enamorando de ella, pero si entre vosotros hay algo serio, dímelo y me quito de en medio.

- Tranquilo, Guillermo, algo hubo pero ya es historia.

Nunca había visto mayor felicidad en la cara de una persona. “Te debía la vida, ahora estamos en paz”, pensó.

Y después una rabia inmensa y un nudo en la garganta y una copa y otra y otra, hasta que se negaron a servirle más y le echaron del bar. Y a la mañana siguiente, en medio de la resaca, otra vez la voz interior. “Has hecho lo que debías, pero no se lo cuentes nunca a nadie, no lo entenderían y hasta se burlarían de ti”.

Encendió un cigarrillo mientras contemplaba el parpadeo de las estrellas que ya ocupaban su lugar en el firmamento. “Ha tenido gracia lo de Lancelot. Menos mal que Guillermo no se fue a ninguna cruzada”. Y se acordó de las  veces que se había dicho a sí mismo que antes se cortaba un brazo que traicionar al amigo que le había salvado la vida, y la voz interior le susurró “Ella ha prometido no pedirte nunca más un beso, o sea que si se repite, habrá sido decisión tuya”.

Y sin ni darse cuenta, se encontró tarareando la letra de May way.

 FIN